DOS OJOS DE VIDRIO

Ahora que aun soy joven voy a esgrimir las páginas de mi libro negro. Voy a sollozar mi espacio como cantando. Voy a introducirme en el mercado del niño que fui. Porque hay seres sin historia y hay quienes la tenemos como un largo corredor que a su vez forma con paredes un esqueleto en el cual podemos hundirnos de vez en cuando sin telegramas de palabras ya conocidas. Un recurso final, un buceo museo de miserias corporales, de navegante extraviado en las formas de la prostitución, de la magia y la verdad. Se dice que lo mismo que acontece a las naciones acontece a los seres individualmente. Basta asistir de igual modo al músculo que es el espíritu para entender la revolución que no se detiene. Soy un cuaderno de navegación en celo, decido decir mi verdad como víctima de una despiadada injusticia que me apoltrona en mis ojos tristes grises en lo histórico. Soy un soñador, un impulsivo, como lo es la fatalidad histórica de la que ningún país moderno puede liberarse. Mi optimismo no es de biblioteca nacional. Es del que piensa empuñar la pluma con la complacencia que se comprueba en procurar cierto estilo, y dos argumentos: el primero, vencer la natural preocupación que me generan lo pasajero y la inmovilidad; lo segundo, no llevar conmigo al sepulcro el secreto del descubrimiento: la filosofía, la poesía, el genero humano, duerme en un hotel.
...Necesito salir del bar con tanto apuro, y me olvido de pagar el whisky...
me enfrento a mi mismo
despiadado
los toillettes se me vienen uno atrás del otro
bajo a mi conciencia
contento...
hacia la noche, que es la que me alberga.

Aprovecho la turbación para hablarme libremente, hacerme visitas en mi recuerdo: “porque jamás he muerto, porque jamás he existido”. Es esa la venganza que no me deja ni de día ni de noche. La realidad es un supremo magisterio, un clero, un pueblo que presencio hoy en el desencadenamiento del individuo que me ha llevado a la locura. Volví lentamente sobre mis pasos y hallé la placidez en este espejo en el cual me enfrento todas las noches. Soy el masoquismo erguido; soy el peregrino de lo absoluto, modisto de la aparición: hallo una explicación satisfactoria para cada una de las cosas que me bajan, alegres, solícitas.- Entre esa baba cósmica que me escupen los dioses hay que interpretar.- Alegres, mis pesares son el único mundo. Los ojos grises, saltones, del civilizado que desprecia al primitivo.
... Me levanto para huir, contrahecho, endemoniado, de mujeres que ruedan por la tierra pidiéndome a gritos que les militarice sus zonas, que me hunda en su fragilidad. Porque contengo trozos y les pongo títulos y telegrafío enseguida a la que me ofrece una experiencia de antología. Siempre soy sorprendente y siempre ellas son reveladoras...
Seré amurallado en casos desgraciados. Soy un verdadero santo, hablo con mi cristo que es mi vicario, hasta en el mismo dolor del remordimiento por el infame pasado de fingimiento que he llevado. No poseo consuelo divino; tengo colgaduras negras a modo de bastidores. Soy un ciego que canta melopeas tristes que nadie escucha. Poseo el furor colectivo, pero cuando haya dejado atrás la ciudad que entreví en mi derecha podré presentarme con mi izquierda envuelta en tules en el fragor que me aloja en la dirección del campo.


Observo el silencio.
El edén omnipresente y eterno es anciano.
Extiende su diestra y nos dice:
El mundo ha quedado tal cual fue en su creación desde el primer día, solo los hombres y la alteración de su mirada ven en el paraíso ya un doloroso purgatorio, un horrendo infierno.
... Los oídos se me infectan en explosiones de aplausos y de aullidos ininterrumpidos al orador que soy en camisa de noche...
Esas briznas de libertad que obtuve cuando todavía estaba sometido a códigos que prohibían y castigaban el plagio, el robo, la falacia. Poseo ahora una libertad preliminar, una libertad homeopática. La vida en el mundo hace pagar a precio durísimo los pocos momentos de placer imaginario que tengo, a pesar de la constancia de mi vocación monástica. Observo las naciones y el arte a través de una ventana. Veo venus feas, veo una Mozambique preciosa. Aquello era un espectáculo desconcertante, lo que veo hoy ya no lo es. Las publicaciones semanales ilustradas que me llegan y pasan por debajo de mi puerta me mienten fotografías tiernas.
Estoy solo, vivo solo, encerrado. Me encierro porque tengo una descripción prometida que nunca he cumplido. Cualquiera que entrara a mi cuarto, ahora, que han transcurrido días que son años, se daría cuenta que empuño un trozo de mina de lápiz y que comienzo la charla interminable y secreta, que bajo sigilosamente la voz, que me alzo un poco, y que nadie sospecha nada. Reduciré la forma vulgar del diálogo gráfico-fonético que he sostenido hasta la fecha y me dedicare a rotograbar estos resultados que tienen importancia.
Las particularidades que observo, así como logran contentarme en los modelos de animales más comunes, también me hacen ver la intervención conciente de la biología.
Y de solo saber que allí afuera esta la biología, el músculo del espíritu se me contrae, porque se que ciertos individuos han demostrado ser capaces de lograr efectos sorprendentes sobre mí. No puedo salir. No soy paranoico. Consumo electricidad y tengo muchos siglos a cuestas. En el próximo milenio tal vez saldré: he comprendido; con especial intensidad como el olor de las flores; que si deseo añadirme a la vegetación preciso inducirme a pactar con la biología.
Vivo cuanto puedo desde aquí dentro., pero no opero sobre mis compañeros mortales que están afuera. Podrán comprender que soy pintor, pero de los que se han liberado, espero que para siempre, de la humillante fidelidad a lo verdadero. Yo lo veo todo a través de una especie de velo: los obscenos órganos genitales carnosos y viscosos de los jefes de las revueltas incitando a los pusilánimes, sexos que muestran alzados en sus poltronas, taciturnos, que me hacen pensar en un sufrimiento más noble en el encierro, en que no tengo aliados voluntarios y entusiastas de la puerta para afuera. La lucha es peligrosa y es sangrienta, y empeñar a un pueblo en esa lucha no es conveniente.

Espero haber subido hasta este observatorio para poder no ser un astrónomo desilusionado.


Bebo, bajo un cielo densamente poblado de estrellas; completamente beodo, hediendo alcoholes, instalo la charla con mi asistente, con mi subalterno, ocupando los dos roles, e improviso diciendo con vos cambiada: “mister, siento la necesidad de confesarle algo que hasta ahora no he confiado siquiera a mis maestros. Pienso que usted me comprenderá mejor que ellos...” y batateo escenas enteras de antología. Estoy solo, muy solo. Hace algunos años estar entre la gente me agasajaba el genio. Hoy, en esta torre encerrado, observo el museo de despojos que es el afuera. Y me siento un turco venerable! Mas viejo y tortuoso que las calles de una sede imperial. Por eso he querido reunir aquí aquellos complementos de la vida de los hombres que puedo observar desde mi ventana. Como trofeos. Como míseros trofeos de difuntas coqueterías. Soy un poco coqueto: o sea, vivo solo pero me cepillo los zapatos, miro cuadros de rubias despampanantes, me rechina la mandíbula y me pongo pelucas. Muestro una mirada inmóvil y siniestra como dos ojos de vidrio de todas las formas y colores. En los viejos espejuelos con aro de hierro y cuerno que pueblan esta estancia me observo y siento otro. Uso aretes, manos artificiales, brazos mecánicos, cintos para herniados... todo un batallón de recursos para no reconocerme. En una vitrina grande, tengo alineadas muletas de todos los tamaños, a veces me hago el cojo, otras me falta un brazo, siempre estoy carcomido y escoriado. Me contento con extender mi carnosa mano hacia los objetos que me parecen los más notables de todos los que tengo, y en esos momentos en los que me salgo de mí, entro en una meditación extraña y aquellos despojos me parecen más curiosos que repugnantes. Estoy vestido al estilo antiguo, fumo con boquillas de nácar, tengo el buen gusto de las lentes de variadas formas; soy una fuente cantarina donde pongo una nota o un hermoso patio. Entonces me acompaño para beber unas copas, opulento y obsequioso, paso a otras salas celestes o marrones según el estado de mi ánimo. En esas salas donde me doy el desquite del salvaje, donde bebo hasta caer rendido sudando alcohol, me convierto en un animal en celo. Soy un civilizado mezcla con salvaje. Me place así. Hoy día los países progresistas no me complacen, me arrojan residuos a la cara; hoy día lo mejor es estar reducido a este encierro que me autoimpongo. No soy pedante ni diplomático, sonrío frecuentemente. Incluso cuando hablo de cosas serias. Constantemente estoy sonriendo solo en mi despacho predilecto. Algunos de los libros me urge saber que contienen, otros no. Los conservo por una cuestión profesoral, de status. Me engaño con apariencias. Si. Soy franco y cordial cuando trato conmigo, pero me vengare de los de afuera creando aquí mi pequeño edén. No tengo ideologías políticas. Odio las democracias republicanas, odio los militarismos y las monarquías... odio la realidad de la verdad: solo me gusta este encierro porque tiene la frescura de un almendro en flor. El pueblo chino es el único que despierta mi fraternal curiosidad. Me embrollo, me vuelvo verdugo cuando abro esos libros llenos de tenaces formas incomprensibles. Me hablan desde la poesía, me muestran la falacia del extranjero: nunca se esta desarraigado de si mismo.


Tengo una manía homicida que se satisface periódicamente sin daño. No hay personas a las que pueda alcanzar mi mano. Los instintos demasiado reprimidos acaban por vengarse: doctrina del Tao. Así he hallado el secreto para encausar, en parte, esa necesidad de matar, mi furia homicida, tan común en mi naturaleza. Porque no se trata de matar simplemente, es matar arbitrariamente. Es por eso que he creado millones de muñecos que conviven conmigo, y que apuñalo diariamente por placer. Corro una cortina y zak! apuñalo sin mirar. Entonces puedo recostarme, el rostro y las manos ensangrentadas, calmo, laxo; beber mis licores, feliz. Verdugo que no puedo comparar con otro alguno, me he creado el derecho de matar legalmente... Soy un privilegiado! Mato fantoches y les pongo el nombre que mi imaginación ilumina. Correspondería para mí la pena de muerte? No. Es mi Ópera, fiesta musical del desgano, alocada curiosidad que confirma la utilidad de la proposición.
Reconozco que hasta ahora he dicho muy poco, pero como contar lo que todos ignoran porque no lo comparten conmigo? Estoy provisto de dinero y conocimientos... Soy la cátedra con mejor preparación, soy la idea maravillosa, la catedral que se recorta en el silencio contra un cielo quieto. Me he elegido precisamente a mí para convivir: seres temblorosos me pasan manjares por una puertita, un hueco en los ladrillos del muro. Nunca los veo, los sé temblorosos por el repique de sus tacos contra la piedra. Las cátedras de afuera, que ostentan ciertos honores... ninguna me habla con franqueza. He visto audiencias: en esas audiencias hasta las ciencias más adelantadas están saturadas de misterios y preguntas sin respuesta. Solo, naturalmente solo, estoy llamado a crear bellas formas, a merced de una suerte de respiración artificial. Me atrevería a decir que esto es normal si no fuera porque afuera existe un mundo, y ese mundo me invalida para convertirme en algo extraño. A semejanza del filósofo me di a construir estéticas individualistas... Es que estoy solo. Las cosas del espíritu se rescatan y entierran en este mi clima, y germinan luego saliendo a la superficie años después. De repente me encuentro con una idea que tuve y he enterrado en mí y germinó. Me digo: que maravilloso! y escribo un libro. Estoy totalmente deshumanizado, no tengo valores universales, no tengo la actitud de una máquina. Dada mi naturaleza no tengo por que referirme al pecado social. Estoy harto del vicio de estar solo pero voy cada vez más lejos. Es como un trabajo manual. Voy vagando por las leyes históricas de los descensos cíclicos que practico aquí encerrado. Mi Dios no es el oro porque un Dios no puede ni debe ser visible. Tengo el destino de manifestar y sostener un montón de doctrinas, el de ser un apólogo de mi autopsia. Descubro en el hombre dos tiempos. Uno que sucede, el primero, el tiempo de la transpiración olorosa del que lo puede perder todo. El segundo tiempo es gótico, es arrellanado, no tiene desequilibrios, no tiene estaciones, como el arte. Es un círculo vital, una fuerza centrífuga-centrípeta. Un ritmo poético del tiempo. No revelaré la catadura artificial de este tiempo: no es fácil de transmitir con palabras. Es una sensación húmeda que late dentro de las piedras de los muros en esta, mi celda. Tendido en mi mecedora longitudinal las ideas florecen; y a veces cuando meto una mano en el bolsillo encuentro algún trasto olvidado, un antiguo trozo de papel, y leo: ...Despertar segundo al estado nocturno y a la desolación interna del personaje... Antes del despojo tengo la vía penitencial, la mano rota, la noche de abajo, el caballo cansado... Recostado horizontal pierdo la línea vertical, geométrica y metafísica: no me conecto con Dios.
“Desde mi juventud y habiendo sido yo un adolescente melancólico, admiré la alegría que se traduce por un humorismo sin venenos del alma”
Si yo, moralista o perverso, hubiera querido fustigar a mis alegres conciudadanos, hubiese salido a hacer barullo a las calles. Como no quiero molestar a nadie me interno en el laberinto. Tengo recursos humorísticos, por supuesto, hay que pasar el rato... Todo lo que se crea es como un mini-país; y uno encerrado en un cuarto es un mini-país, con sus humorismos-chistes de artificio, sus dolores, sus ciudadanos que apuñalo por las noches. Vivo en la torre de marfil asediada.
Afirmo:
Soy más legendario que histórico.
Soy más irreverente que físico.
Soy más fuego que arte de mago.
Soy más sacerdote que misterio.

Entiendo que la empresa del hombre es amorosa. Por eso como poeta hay un fantoche al cual no apuñalo: le regalo mi puñal ensangrentado en la jornada para redimirme, para sentirme demiurgo que fantasea con el libro negro que es el sexo de mi amada, ese fantoche que me espera con una rosa entre los dientes para clavarme espinas en los talones y escupirme palabras agresivas de cariño. Me voy limpiando en el día en baños de sangre encadenada del animal que bebe vino hasta saciarse al grito de Viva mi Patria!

Los ojos delineados
Mamarracheados los labios
Escribo en las paredes
palabras curvas, decoradas.
Mi cuerpo en llamas.
Mi experiencia dionisíaca.
Mi costado lastimado.
Mi pradera en sombras.
Mi perfil proyectado.
Mi perro que partió.
Mis partes ortopédicas.
Mis ojos de vidrio
cuando me los saco por las noches.