A los mineros bolivianos de Potosí.
Porque la sombra es una y obedece al sol
Como las alas del pájaro son del viento
Y la corriente de la forma que la encajona.
Porque la historia pasa de mano en mano
No de libro en libro.
Los niños anhelantes
Que miran a la tierra
Como cerros retratados
Remontan sus ruinas venideras
Son los mineros cuando salen de la mina
Son como el polvo corrompido
Son como un hombre velando a una mujer
Como poemas humanos
Los niños tristes.
Preguntémonos entonces oprimiéndonos las costillas si esos hombres que son niños ahora, niños sin pies apasionados y enérgicos, tenderán a la afección, hacia el socavón.
Piensan los viejos: ahora vestiríame de músico pero se palpan el mentón en retirada…
Como el pequeño sonido, el del martillo
Abajo
Arriba,
Abajo
Abajo
Y un papelito, un clavo y una cerilla…
Esto es la montaña que se talla incidiendo canto a canto en la herramienta atroz
Esto es acaso que ignoro el año de este día
O es que ignoro que jamás se dice, nunca, de rodillas
La rueda del hambriento dando voces, pujando, se ha pasado agachándose por mi alma… y no me digan nada… no me digan nada mas que una despedida recordando un adiós.
La paz, las vertientes, el muerto, los sarcófagos, el monaguillo, las gotas y el olvido… después de estos, en sociedad, el vidrio y el polvo se desvanecen.
El viento y las mentiras que pasan
No hay silencio en la huelga
Todo esta en la urgencia de hablar
No en la poesía de las piedras cuando crujen bajo el zapato de aquel que se aleja:
Un poncho, doscientos pesos…
La desesperación de las vastas rocas,
De aquel que se golpea una y otra vez contra su destino.
Perdonar al libro de la naturaleza
La sed es demencia que aloca
Genera un miedo terrible a ser animal.
Porque la dulzura por dulzura se vende
Al orden pálido del alma.
Y reposa en la sombra este cáliz
La muerte, las batallas, el hombre
El humo de la especie
El humo del niño al ras del suelo
Huye de la tierra.
Años eternos con silencio y un último tambor
Con un estertor genial al pie del individuo
Que ataca con gemidos su tiempo audaz
Hay que perderle el hijo
Hay que perderle al que llora, el hijo
Y cuidar del leal siempre
Porque los niños del mundo al revés de las aves del monte
Me dan
Y yo me azoto con la línea.
Me dan que me he puesto como la masa
Como el cometa:
Los nueve monstruos y el mueble dentro del corazón.
Quisiera hoy ser feliz
Ganas tendría
Anhelos!
Y con el anhelo, de súbito, la vida que se amputa.
El hijo del hombre, las cuatro conciencias, mutilado como el rostro esta yerto y difunto. Se refugia.
La boca a la que se lleva comida pensando en pólvora.
Existe como una nomina de huesos.
Y esto fue posible.
Y esto fue posible.
Y esto fue posible.
Y esto no fue posible.
Que piense un pensamiento idéntico en el tiempo que un cero permanece inútil.
Porque no vive ya nadie, todos han partido.
Y el hallazgo de la vida es el momento mas grave,
Lánguido, es un licor que pasa con la violencia de las horas.
En el vestigio azul del tiempo
No hay nadie en mi tumba
Sin embargo
He muerto y me he ido a sollozar
Directamente a solas
Con dos nubes en la frente
Con el sentido apócrifo en la mano
En el entonces fúnebre momento incolor
A paso de sotana
Alzando el mal en brazos
Huí.
Directamente a sollozar a solas
Porque fui cura de mi propio entierro
Y me azoto con la línea
Porque no poseo nada para expresar mi vida
Si no mi muerte.
Apéndice
La reflexión no es la poesía porque el amor descubre su propio ritmo: se odia de abajo hacia arriba
Los mineros se desgajan y acarrean el día, perdidos, son nosotros, el lado oculto, el resto de la memoria desenrollada: los niños tristes.
Hemos convertido al trabajo en la peor de las lepras, cuando debería ser el encendido plumaje que ostentan las aves enamoradas, no la ignorancia ni la angustia de los que no pueden más. El compañero de la belleza, de la verdad, el fruto de la salud humana, el santo jubilo de vivir: cada uno debería trabajar de lo que quiere. El progreso no es indispensable, si el amor. Hay ideas que serían pensadas como regresiones por las burguesías, sin embargo es bello desplegar las velas y anclar en el pasado. Porque el curso de la historia es estudiable; por algo es historia. Y es exaltado o consumido por los pueblos según su necesidad: cuando se esparcen devorando las ruinas sin descanso es cuando los gladiadores del imperio no hincan ni muestran los dientes ni hay un dique de terror que enloquece.
Los niños, de ellos hablaba, los niños tristes, de la dinamita y la justicia.